Deconstruir una narrativa implica desarmar críticamente sus elementos fundacionales —estructuras, arquetipos, tropos y significados— para exponer sus contradicciones, supuestos ocultos y las jerarquías de poder que la sostienen. No se trata solo de analizar una historia, sino de cuestionar los cimientos mismos de cómo contamos historias, revelando que lo que parece «natural» o «universal» en un relato es, en realidad, una construcción cultural, política o ideológica. Es un acto de rebelión contra la tiranía de las narrativas dominantes.
Deconstruir no es destruir, sino desarmar para reimaginar. Es entender que las historias y muchos imperativos vitales no son espejos de la realidad, sino prismas que refractan ideologías. En un mundo saturado de relatos hegemónicos (desde el «sueño americano» hasta el «éxito neoliberal»), la deconstrucción narrativa es un acto de insumisión: recordarnos que toda historia podría (y debería) contarse de otra manera. O, como diría Derrida: «No hay afuera del texto», pero dentro de él, hay infinitas formas de incendiar lo establecido.